Joanna Zylinska es filósofa, escritora y académica de la Facultad de Humanidades de King’s College de Londres, como también profesora visitante en la Universidad de Shandong en China, la Universidad de Minnesota en Estados Unidos y en la Universidad McGill en Canadá. Además, destaca por su labor como artista y curadora, siendo parte de Creative IA Lab, desarrollando proyectos fotográficos y audiovisuales e impulsando exposiciones en Latinoamérica y Europa.
Es autora de nueve libros, dos de los cuales están disponibles en español por Ediciones Mimesis, “El fin del hombre: un contraapocalipsis feminista” y “Ética mínima para el Antropoceno”, y pronto aparecerán las traducciones de “Arte IA: visiones maquínicas y sueños deformados” y “La máquina de percepción. Nuestro futuro fotográfico entre el ojo y la IA.
Invitada por el Doctorado en Literatura, gracias a un proyecto Fondecyt, en su primera visita a Chile Joanna Zylinska brindó la conferencia “¿El fin del entendimiento humano?” a académicos y estudiantes de pre y postgrado del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje PUCV, donde abordó la relación entre tecnología, arte y ética y sus implicancias en el panorama actual de la humanidad.
-Usted aborda el concepto de contra apocalipsis, las relaciones de poder y el capitalismo en el debate sobre la tecnología y la Inteligencia Artificial (IA). Al respecto, ¿qué perspectiva plantea el feminismo y qué posibilidades otorga?
-Lo que me interesa es examinar el discurso tradicional y normativo de la tecnología y ofrecer alternativas para comprender y cambiar el mundo. En el libro “El fin del hombre” me enfoqué en la idea del hombre cristiano blanco, en tanto sujeto clave de la historia. Desde las narrativas apocalípticas, se plantea que la población muere o es amenazada, pero surge hay un salvador del mundo en la figura de un hombre genio y único, que aporta una esperanza a la humanidad. Sin embargo, lo que falta en estas visiones -que están en todas las religiones- es que debemos darnos cuenta que el apocalipsis es también una promesa, donde hay una redención. Pero a mí me interesan otros tipos de redención, de futuro, en los que se conoce el poder no de un sujeto, sino de una comunidad, el poder de otras voces y de los cuerpos excluidos, así como también la participación de las redes humanas y no humanas, que juntas están cambiando el mundo. Para mí es la única posibilidad para sobrevivir a la situación tan compleja en la que nos encontramos, con tantas crisis múltiples, en lo planetario, lo económico, lo político, etc.
-Es decir, observar desde otra perspectiva o cambiar las narrativas que nos contamos a nosotros mismos.
-Precisamente, vernos a nosotras y nosotros mismos de otra manera, teniendo un espejo y criticando la forma y la imagen que tenemos de pensar y actuar. En América Latina, por ejemplo, con el pensamiento indígena, se pueden escuchar otras narrativas, otras formas de pensar y comprender el mundo. Y esto no es una manera de rechazar lo lógico, intelectual y racional en búsqueda de un pasado mítico, sino que se trata de reconocer que existen pueblos y personas que tienen otras maneras de comprender lo que significa ser un ser humano. Y de esta manera comprender las ideas significativas, incluso la idea de idea, y darnos cuenta que nuestros métodos y conceptos occidentales (como la racionalidad post kantiana) son bastante limitados. La apertura al pensamiento indígena, al que accedo como una extranjera filosófica, me interesa no solamente como un pasaporte, sino también por la visión epistemológica que conlleva, es una invitación a pensar distinto sobre el mundo, sobre las relaciones humanas, donde la lógica no es la única manera de vivir, por lo que podemos abrirnos a otras formas de pensamiento.
-Usted sitúa a la ética en un punto central en su reflexión sobre la tecnología y la IA, ¿puede profundizar al respecto?
Para mí la ética llega a través del pensamiento del filósofo lituano francés Emmanuel Levinas, para quien la ética es el primer modo de filosofar. Para él la ética es sencilla, porque consiste en la presencia de un otro en el mundo. Cuando nacimos llegamos a un mundo que está lleno de otras y otros, por lo que nuestra existencia y desarrollo se da en respuesta a lo que ya existe, por ejemplo, a través de la lengua. Para Levinas, esta es la idea de la ética, donde hay una respuesta y una responsabilidad. Se puede ignorar esta responsabilidad, ser violento e ignorar a los otros, pero incluso esto ya es una respuesta. Es por ello que la ética es primaria, por lo que solo después debemos hacer política, porque siempre que haya más de dos seres en el mundo tendremos un potencial conflicto. De todo esto se desprende la necesidad de funcionar como seres humanos enredados o entrelazados, dándonos cuenta de lo primario que es la situación ética, situación en la que nos encontramos siempre frente a un otro o una otra. Que para Levinas, por cierto, es siempre un humano. Y yo creo que debemos abrir este horizonte, para incluir también a los no humanos, ya sean animales, vegetales u hongos.
-En este sentido, ¿cuál es el rol de la academia y de las universidades en la formación de futuros profesionales y de seres humanos íntegros?
-Yo soy una gran creyente en el poder de las universidades, como sedes del pensamiento crítico y creativo. Y se puede criticar la universidad moderna por muchas cosas, lo he hecho yo misma, pero también quiero defenderla, como una de las instituciones que hemos creado como seres humanos y que reúne a otras y otros en un proceso que no tiene su foco en el incremento del capital y la ganancia económica, sino que en ofrecer otros modos de pensar. Todo esto con una velocidad diferente, porque la academia tiene el privilegio de pensar más lentamente, y de manera conjunta, común, y con un horizonte que haga de la justicia de lo bueno su meta. Por esto la universidad es importante, pero también como un sitio de encuentro, de cuerpos, clases sociales y nacionalidades diferentes.
¿La IA está alterando nuestra percepción de la realidad, en particular en ámbitos de conflicto ecológico, político, social?
Sí, los actores “malos” pueden usarlo en deepfake (audio, imagen o video alterado que imita el sonido y la apariencia de una persona), en la distribución y uso de información incorrecta, pueden hacer todo esto. Pero los humanos también somos capaces de mentir, cometer errores y crear violencia sin inteligencia artificial. No podemos rechazar la IA solamente porque sea capaz de producir resultados negativos, hay que ser consciente de ellos y tener mecanismos de protección. Somos perfectamente capaces de matarnos unos a otros, ya tenemos la tecnología nuclear, que puede hacerlo en unos minutos y a nivel planetario. Pero hoy tenemos estas nuevas narrativas que permiten a sus inventores, por ejemplo de Silicon Valley, como Elon Musk y Sam Altman, presentarse bajo un doble papel, repitiendo el mito del héroe: como creadores de esta tecnología mágica y, a la vez, como salvadores del mundo. Y esa narrativa me molesta… es muy prejuicioso y negativo lo que ellos hacen discursivamente y también con sus comportamientos e intervenciones, a nivel no solo de la IA y de la política. Por eso necesitamos otros actores políticos y de organizaciones de la sociedad civil, a fin de limita el poder de esta oligarquía tecnológica, que es la Big Tech.
-¿Cómo influye su rol de artista en su visión sobre la tecnología?
-Tengo la suerte de tener esta carrera doble, tanto de filósofa de la tecnología, como de artista. Yo estudié una maestría en Arte Fotográfico cuando era profesora en Goldsmiths (Universidad de Londres), y lo hice en secreto, sin decirle a nadie, porque no quería que mis colegas pensaran que tenía demasiado tiempo o no era seria como académica. Lo hice durante dos años y eso cambió todo. No solamente porque comencé a introducir imágenes y obras artísticas a mi trabajo escritural, sino porque cambió mi forma de escribir. El arte y las imágenes siempre me han interesado, pero la maestría me dio permiso para jugar más, para abrir el modo de filosofar y poner en cuestión algunas convenciones académicas. Y se puede decir que lo que ahora produzco tiene esta trayectoria doble, de filosofía y arte. Reconozco el valor del pensamiento académico con sus convenciones y tradiciones, y lo respeto, pero, al mismo tiempo, creo que hacer arte permite otros modos de pensar y también de sentir el mundo, para abrir los límites del argumento filosófico a otros modos de expresión.
-Hablamos de una visión apocalíptica, pero también que hay otros modos de hacer y pensar, ¿cómo se imagina el futuro de la IA?
-No soy muy futurista, y me falta confianza para prever y predecir lo que sucederá. Y no creo que otros puedan hacerlo, aunque algunos lo hagan incluso como profesión. Creo que hay que hacer simulaciones, para protegernos y desarrollar otras posibilidades, pero de lo que va a ocurrir nadie tiene ninguna idea. Lo que es importante para mí es responder a este orgullo humano, científico y filosófico, que da la ilusión de que podemos ver el futuro, que podemos influir en él. Para mí como académica y artista, es en la dimensión del pensamiento crítico, que tiene lugar en la universidad, trabajando con gente joven, con cuerpos y mentes humanos en proceso, donde se puede desarrollar este futuro y concretizar. Pero para ello, es necesario proteger estos espacios, hay que proteger las universidades, las escuelas y los lugares donde se enseña y ejerce la crítica •